Absurdos.
Absurdo #4
Nargles
Era extraño encontrar a cierto pelirrojo en la biblioteca, sobre todo
cuando éste va por su propia voluntad. Harry, su mejor amigo, estaba sentado a
su lado, en contra de su voluntad.
-Odio la biblioteca – gruñó el de lentes – recuérdame agradecer ese
detalle a Hermione.
El pelirrojo no se lo recordaría porque en realidad no estaba escuchando
sino todo lo contrario, su cabeza estaba imaginando cosas sucias que
involucraban a Zabini.
-¿Ron?
-Estoy pensando en él – musitó, apesadumbrado – soy una horrible
persona, no debo hacerle esto a mi hermana, él es su novio y yo su hermano.
-Hermano que se deja toquetear por el novio – dejó salir distraídamente
el ojiverde. Ron enrojeció.
-¿Cómo me alejo de él?
-Solo piensa en otra cosa o búscate una novia…
-Sí, me buscaré un novio.
Harry enarcó una ceja, creía que su amigo estaba confundido, pero al
parecer era todo lo contrario, ya estaba bien definido.
-Tengo hambre – se quejó el ojiverde – vamos a comer.
-Él estará ahí.
-A unos cincuenta metros de distancia –aclaró Harry – no puedes seguir
evitándolo, algún día lo enfrentarás.
-Lo sé.
-La cosa empeorará si se le ocurre casarse con tu hermana.
-¡NO! – gritó, ganándose un par de miradas acusadoras y a una madame
Price enfurecida - ¡Vámonos de aquí! – le susurró a su amigo, quien complacido
salió con él.
Llegaron al Gran Comedor e inmediatamente se fue a la mesa de los leones
evitando todo momento cualquier contacto con la mesa de las serpientes. Le
funcionó los primeros cinco minutos, después de eso le fue inútil y todo se fue
al demonio. Malfoy había gritado el apellido de Blaise, haciendo que todos
dirigieran su atención al aludido. Ron no fue la excepción.
Zabini sonrió de lado.
-Idiota – Ron susurró, al ver que el Slytherin había armado todo eso
para que él lo observara.
Y funcionó. El Gryffindor no despegaba la mirada del moreno, a pesar que
éste ya estaba envuelto en una conversación con Nott y Malfoy. Debieron de
haber pasado muchos minutos, porque el pelirrojo sintió una mirada muy
penetrante cerca de él.
-¿Qué tanto miras, Ron? – era la voz de su hermana y cuando ella se
disponía a seguir la mirada de él, se asustó.
-¡Nargles! – gritó, obligando
a su hermana a mirarlo solo a él - ¡Muchos nargles!
Ginny enarcó una ceja.
-¿Te gusta Luna? – quiso saber, mientras untaba mermelada en un pedazo
de pan.
-¡No!
-No tienes que fingir – le sonrió – tu secreto está a salvo conmigo.
El pelirrojo desvió su mirada hacia la mesa de las serpientes y vio a
Zabini dirigirse hacia la salida. Si se apresuraba tal vez lo alcanzaría por el
pasillo y lo conduciría hacia los baños y quizás, con demasiada suerte, harían
el amor.
Ron sonrió de lado.
-Tengo que irme – salió disparado del Gran Comedor.
-¡Suerte con los nargles! – le despidió Ginny.
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