viernes, 7 de diciembre de 2012

Capitulo Cinco


Confía en mí.


~Capitulo Cinco~



Cuando Blaise despertó y descubrió que Theodore no estaba donde se supone debería, fue directo hacia los jardines traseros de Hogwarts mientras recordaba lo que había pasado en San Mungo.

La guerra había concluido dos días atrás, eso le habían dicho cuando despertó en San Mungo. Blaise recordaba muy poco lo que le había pasado, una explosión muy cerca de donde se encontraba con Theo y después nada.
En cuanto despertó fue dado de alta y notificado por unos aurores el día de su juicio. No le importó mucho, le preocupaban más sus amigos. Tenía la sensación que él no sería el único  juzgado. Y no se equivocó.
Después de investigar por un rato en el hospital, se enteró que el único que se encontraba en san Mungo era Theodore. Fue en su búsqueda.
Cuando entró a su habitación, le sorprendió que su novio hubiera resultado sólo con unos cuantos rasguños, el único inconveniente era que no despertaba. De acuerdo a los medimagos, el muchacho venía durmiendo desde la explosión.
Dos horas más tarde, en cuales Blaise no se despegó de su lado, Theodore despertó.
Blaise le recibió con una amplia sonrisa, Theodore por su parte, se levantó desconcertado. Fue cuestión de segundos para darse cuenta que estaba en el hospital. Blaise lo observó, con el ceño fruncido. Su novio buscaba algo alrededor del cuello.
—¿Dónde están mis cosas? — reclamó. Blaise las señaló con su dedo índice.
Theodore se levantó rápidamente de la cama y se dirigió hacia el mueble que se encontraba en la esquina del cuarto.
—No está… — escuchó que su amigo murmuraba, una y otra vez, mientras revolvía su ropa — no está…
—¿Qué es lo que no está? — le preguntó Blaise.
— ¿Quién me trajo aquí?
—No lo sé.
— ¿Quién me cambió? — Exigió, cada vez más enojado.
—No lo sé.
— ¡Demonios! — maldijo, quedamente.
Justo cuando Blaise se disponía a preguntarle qué era aquello que lo estaba  poniendo de malas, Theodore salió de la habitación.

Después de analizar la situación no le fue difícil descifrar qué era aquello que Theodore buscaba con desesperación. ¿Cuántas veces había visto esa cadenita de oro en el cuello de su amigo? Demasiadas. Sabía que Theodore valoraba mucho aquella joya, su madre se la había regalado. Blaise se sabía de memoria la historia, a pesar que solo la escuchó una vez.
Y, tal como lo sospechó, Theodore se encontraba en el jardín, buscando.
—Sé lo que buscas — le dijo a su amigo.
El aludido se levantó de un salto.
—No está — le respondió.
En los ojos de Theodore había decepción y tristeza.
— ¿Seguro?
Como respuesta, el castaño se recargó del árbol, mientras suspiraba resignadamente.
—Los encantamientos tienen desventajas —dejó salir Blaise, refiriéndose al hechizo que tenía la cadenita de su amigo.
Theodore no respondió. Blaise se sentó a su lado.
—La encontraremos — le dijo — no importa cuánto tardemos.
El joven Nott lo observó atentamente.
—Te lo prometo — le sonrió Blaise — ¡Tengo una idea! — Soltó el moreno de pronto y se levantó de un salto — ahora vuelvo — y con pasos rápidos se dirigió hacia el castillo.
Theodore lo observó alejarse mientras su corazón latía rápidamente en su pecho. Era estúpido decir que no estaba enamorado de su amigo. Porque lo estaba. A inicios del sexto curso fue cuando se dio cuenta que Blaise le atraía más que como amigo. Lo que le sorprendió más fue que sus sentimientos eran correspondidos
No fue hasta finales del sexto curso cuando “formalizaron” su relación. A Theodore no le agradó mucho la idea, no es que no quisiera, sino que cada vez que le sucedía algo “bueno” en su vida, era cuestión de tiempo para que todo se volviera oscuro y asfixiante
Su madre había muerto tres días después de haberle regalado la cadenita de oro. Su padre murió dos días después de haber hecho las paces con él. Y Blaise…
¡Por Merlín! Su amigo pudo haber muerto en aquella explosión cuando se estaba llevando a cabo la guerra final. Por el bien de ambos, Theodore dio por terminada su relación en cuanto estuvo fuera del hospital San Mungo.
Los días siguientes fueron oscuros para él. De un momento a otro se sintió vacío: sin su padre, sin la cadenita que le perteneció a su madre y sin Blaise. Le hizo sentir mejor el pensar que al menos su amigo vivía. Lejos de él, pero estaba vivo.
Su mirada se detuvo en un punto neutro frente a él.
—Estoy maldito —murmuró — todo lo que se me acerca, termina muriendo…
—Hola.
—No te acerques, podrías acabar muerto.

*0*0*0*

Su mano derecha aferraba fuertemente aquella cadenita de oro mientras su mirada buscaba al propietario de la joya. Por alguna extraña razón, Neville tenía la necesidad de hablar con aquel Slytherin, quería consolarlo, tranquilizar su sed de búsqueda…
Se detuvo bruscamente en cuanto lo localizó. Su corazón comenzó a latir rápidamente y sus nervios aumentaron considerablemente, ¿Qué demonios pasaba con él?, ¿Por qué se sentía de esa manera?, ¿Por qué después de aquel recuerdo su sed de venganza se había esfumado?
— ¡La cadenita! — Exclamó — desde que la toqué, me están pasando cosas extrañas.
Neville intercambió miradas entre la cadena y el Slytherin. Los recuerdos le invadieron…

Voldemort estaba derrotado. La guerra había concluido. Todos comenzaron a transportar los cuerpos de los magos caídos al castillo y a  ayudar a los heridos.
Neville se dirigió hacia los jardines traseros contemplando las consecuencias de aquella guerra sangrienta. Suspiró largamente mientras internamente se decía: todo ha terminado. Los mortífagos serían juzgados por sus actos y al final las cosas tomarían su curso normal. El Gryffindor sonrió satisfecho.
Después de haber andado de un lado a otro, se dispuso a regresar al castillo. Al dar un par de pasos, un tenue resplandor le llamó la atención, se acercó lentamente y se inclinó para observar mejor aquel objeto que resplandecía. Era una cadenita, el castaño frunció el ceño. La tomó en sus manos y entonces descubrió al pequeño angelito que servía de dije.
Se levantó lentamente mientras la cadenita la sostenía con solo dos dedos. Observó la joya con una curiosa fascinación. Había algo en ésta que lo hizo “desconectarse” por unos segundos de la realidad. Era como si de pronto todo era felicidad y paz…
¿De quién sería aquella  preciosa cadenita?
Frunció ligeramente el ceño cuando visualizó unas diminutas gotas color rojo en el angelito. Era sangre. Justo cuando Neville se disponía a limpiarlas, las gotas fueron absorbidas. El Gryffindor tuvo que parpadear un par de veces para convencerse así mismo que aquel dije no había resplandecido después de haber absorbido el líquido carmesí. Sacudió la cabeza ligeramente y emprendió su camino de regreso al castillo.
La cadenita la guardó en su baúl y no la volvió a sacar hasta aquel momento en que vio al Slytherin buscar algo con insistencia en el jardín trasero.

Neville seguía observando al Slytherin, si la cadenita le pertenecía a ese muchacho, entonces la sangre que había visto en el dije ese día también le pertenecía a Theodore. ¿La sangre era la causante para que presenciara aquel recuerdo como si fuera de él?
No, no solo fue eso.
El Gryffindor reflexionó un poco. La sangre era de Nott y la cadenita, que sin duda era mágica, le había pertenecido a su madre. Por lo tanto, los tres compartían el mismo recuerdo. Y él solo fue un observador. Un extraño que, por alguna extraña razón, había posado sus manos en aquel tesoro.
Su venganza a esas alturas ya no tenía mucho peso sobre él. No cuando sabía algo tan íntimo de aquel Slytherin. Y, muy en el fondo, Neville comprendía el sufrimiento del muchacho. Sabía lo que era una pérdida. Sus propios padres estaban en san Mungo, y a pesar que no lo reconocían, Neville no se podía imaginar su vida sin ellos.
Pensar en el Slytherin sin sus padres presentes, era algo que lo superaba. Observó la cadenita y la aferró aún más contra su mano izquierda. Para Neville eran valiosas todas aquellas envolturas de chicles que su madre le regalaba cada vez que iba a san Mungo, cada una de ellas las guardaba con profundo cariño en una cajita de madera como si de un tesoro se tratara. No podía siquiera llegar a imaginar lo que representaba para Theodore Nott aquel collar de oro.
—Eres un idiota, Neville — se dijo así mismo mientras se dirigía hacia al chico Nott — un idiota sentimentalista…
Se acercó al Slytherin y se plantó frente a él.
— Hola.
—No te acerques, podrías acabar muerto.
Neville parpadeó un par de veces en son de desconcierto ante las palabras del Slytherin.


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