lunes, 21 de enero de 2013

Capitulo Ocho

El efecto de la Luna de queso





**Capítulo Ocho**



Una melodía suave se escucha en aquella habitación, mientras el joven desliza sus dedos sobre las teclas el tiempo avanza...

Quince días, tal vez poco tiempo para algunas personas pero para el joven que está tocando el piano era mucho, sobre todo porque la mayor parte del tiempo tenía que estar con alguien que apenas soportaba y para colmo tenía que fingir ser otra persona.

Theodore había tenido que soportar en los últimos días, el beso de buenas noches por parte de Potter, escuchar todo el tiempo del Daltonismo Vincular —que hasta  ya lo veía en la sopa— por parte de Granger y ni siquiera habían encontrado información relevante. Y aguantar las quejas de Blaise sobre lo rojo que era la Sala Común de Gryffindor como si eso fuera lo más horrible del mundo, lo que más le divertía al castaño era el acoso que sufría el moreno por parte del gato de Granger. 

De ahí en fuera, todo parecía normal…

Los dedos seguían deslizándose sobre las teclas. Esta vez Theodore cerró los ojos, centrándose cada vez más en la música, envolviéndose, involucrándose, recordando



Y ahí estaba, en la sala de estar, sentado en el piano y a su lado su madre.

-Recuerda, Theodore, suave – la joven señora le mostró cómo hacerlo.

Theodore tenía seis años —¿Cómo había olvidado ese momento? —En fin. El pequeño hizo lo que su madre le indicó. Deslizó sus pequeños dedos en las teclas de aquel elegante piano.

-¡Muy bien! – su madre lo felicitó. Theodore sonrió, como las pocas veces que solía hacerlo – Ahora lo haremos juntos.

Susan comenzó a mover sus dedos de manera lenta, del piano salió una melodía dulce y suave, llena de felicidad, de luz, de amor.

El Theodore actual sonrió, aún mantenía los ojos cerrados, mientras seguía envuelto en la melodía que le había enseñado su madre. Ella tan bella y joven, tan dulce, tan llena de luz…

Susan ya no tocaba el piano. No. Su madre ahora estaba acostada en su cama, convaleciente. Ella moría lentamente. Una enfermedad extraña la había invadido meses atrás. Y ahí estaba, el mismo Theodore de seis años, pidiéndole que no lo dejara solo, era una petición absurda, no había nada qué hacer. Susan moriría pronto y él no podría evitarlo.

Theodore nunca olvidaría ese día, se le quedaría grabado tal como las notas de la melodía que en ese momento resonaban en la habitación, esa melodía de luz y oscuridad, de odio y amor, de felicidad y melancolía

*0*0*0*

Ese día era domingo, era de esperarse que el Gran Comedor estuviera casi vacío a la hora del desayuno. Theodore ingería sus alimentos tranquilamente hasta que Harry llegó hasta su lado.

-¡Hola! – saludó, dándole un beso en la mejilla. El Slytherin prefirió ignorar ambas cosas – Emh, Draco, ¿Por qué te has sentado en este lugar? – cuestionó, confundido.

-Sí, Draco – el rubio se metió en la conversación - ¿Por qué te has sentado en MI lugar? – recalcó.

Theo frunció el ceño, analizando las cosas. Ahí había algo. Malfoy últimamente solía meterse entre ellos cuando estaba cerca, siempre haciéndose notar y Theodore estaba seguro que no tenía que ver con que estaba vigilándolos. Eso y agregando que Potter siempre se incomodaba y evitaba en todo momento cualquier tipo de contacto con el verdadero Malfoy.

Si eso no significaba nada, dejaba de llamarse Theodore Nott.

-Nott ha perdido una apuesta y le he ganado su lugar – respondió.

Malfoy lo fulminó con la mirada y el Slytherin curvó un poco los labios. Ahora más que nunca descubriría qué demonios había pasado (o pasaba) entre Potter, Malfoy y… él.

*0*0*0*

Nott observaba a una pequeña mariposa que revoloteaba en el arbusto que tenía frente a él. Nuevamente se encontraba en uno de sus lugares favoritos. Su libro de notas descansaba en sus piernas mientras su mano derecha jugueteaba con su pluma. Cerró su libro en cuanto sintió que alguien se sentó a su lado.

-Hola – Era Potter, por supuesto – Eso es un libro de notas, ¿cierto?

-No.

-Esa pluma también lo es – El ojiverde no despegó su mirada de ambas cosas. El Slytherin tenía la mirada fija aún en la mariposa - ¿Tocas el piano?

-Sí.

Harry se quedó en silencio unos momentos.

-¿Puedo escucharte tocar?

El muchacho despegó su mirada de la mariposa para ver fijamente al Gryffindor.

-Por supuesto que no – se levantó dispuesto a irse, Harry lo detuvo.

-No te tienes que ir, soy yo el que llegó sin aviso – el león se disculpó. Theodore se volvió a sentar – Vine a decirte que… Dumbledore me hará algunas pruebas por el accidente que tuvimos. Dice que es cosa de rutina y que me ayudará a recuperar algunos recuerdos, aunque no sé cuáles, no recuerdo haber olvidado algo, aunque no lo recordaría si lo olvidé, ¿cierto?

El Slytherin lo miró sin entender nada.

-Olvídalo, ni yo mismo me entendí – el ojiverde se sacudió la cabeza – Dumbledore también debería hacerte pruebas.

-¿Por qué? – replicó, frunciendo el ceño.

-Últimamente no eres tú, pareces… otra persona – susurró las dos últimas palabras.

-Soy otra persona – aclaró el castaño, observando nuevamente a la mariposa.

-Sí… ¿sabes? Me gusta más tu nueva persona – Theodore lo observó, levantando ambas cejas. Harry le sonrió abiertamente.



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