**Capítulo Diecinueve**
-Puedo
explicarlo – suplicó el gryffindor.
-¿Si?
Suerte con eso – el ojiazul lo alejó de su lado con un empujón, se dirigió
hacia la puerta.
-De
aquí nadie saldrá – Malfoy se plantó en la puerta.
-Theodore
no tiene la culpa, Draco – explicó el león – yo fui el que mintió.
-Eso
no es verdad – contradijo el rubio – Él lo sabía todo – enseñó la pluma de nota
y la rompió frente a ellos.
-¡No!
– gritó el ojiverde, demasiado tarde.
El
rubio desafió con la mirada a su compañero de casa, pero éste ni siquiera se
veía perturbado.
-Querías
a tu novio de vuelta, ahí lo tienes – Nott salió de la habitación.
-¡Espera
Theodore! – llamó inútilmente, Harry.
-Esto
no se quedará así – advirtió Malfoy.
El
rubio salió del cuarto, seguido de Harry, quien se quedó de pie mirando alternativamente
a ambos lados. Tenía que disculparse con los dos, pero en esos momentos solo
tenía oportunidad de hacerlo con uno.
-¡Espera!
– Se plantó frente a él – lo siento… en verdad… lo siento… - jadeó por la falta
de aire.
-¿Desde
cuándo? – gruñó el slytherin.
-¿Cómo?
– el ojiverde parpadeó perplejo.
-Desde
cuando has recuperado la memoria.
Harry
se mordió el labio inferior, observó al muchacho detenidamente, no le gustó que
lo viera con odio. Aunque en el fondo sabía que se lo merecía.
-¡Desde
cuando! – gritó. Harry esquivó la mirada.
-Desde
el día en que me dijiste que no eras Draco, volví al cuarto de piano en la
noche para pedirte disculpas y… tú estabas tocando esa hermosa melodía. Esa que
había escuchado dos años atrás… en este mismo lugar…
El
gryffindor alzó la mirada, se encontró con una llena de odio.
-Lo
siento… yo solo…
Theodore
negó con la cabeza y sin decir más… salió de ahí.
*0*0*0*0*0*
Algunos
alumnos entraron rápidamente al castillo, las nubes cargadas de agua, los
relámpagos, el viento y los truenos les advirtieron que no tardaría en llegar
una tormenta.
A
Theodore no le importó. Se fue directamente hacia el jardín trasero y se sentó
detrás de aquellos matorrales en donde solía hacerlo. Gotas de lluvia
comenzaron a caer a su alrededor, nuevamente no le importó. Se sentía tan
sucio, tan… utilizado. Una de las
razones por las que no se relacionaba con los demás era para no salir
lastimado, conocía la crueldad de las personas por ser hijo de un ex mortífago.
Sabía que el asunto de Potter no
acabaría muy bien, tenía el presentimiento que el gryffindor tarde o temprano
lograría hacer que confiara solo un poco en él, y justo ese gesto, ese pequeño
error le había costado muy caro.
¿Cómo
pudo no haberse dado cuenta que Potter lo estaba engañando? ¡Un momento!
Theodore lo sabía, hubo muchas señales, muchas cosas en donde él pudo haberlo
deducido fácilmente, pero prefirió no
hacerlo. No quiso verlo, ¿Por qué?
La
lluvia caía sin piedad sobre él, el jardín estaba en penumbras cuando decidió
regresar a su sala común. Solo quería llegar a su habitación y encerrarse en su
cama y dormir, dormir, dormir…
Guardar
todo eso que estaba sintiendo en el fondo de su ser como solía hacerlo cuando
algo le molestaba. Enterrar el maldito hormigueo, esconder el molesto dolor de
su pecho y olvidar que alguna vez sintió “empatía” por Potter.
Sin
quitarse el exceso de agua, Theodore entró a la sala común. En cuanto puso un
pie dentro fue el centro de atención. La mayoría se reía de él señalándolo sin
pudor alguno, otros le enviaban miradas de indiferencia y asco; otro tanto
simplemente lo ignoraron no sin antes fulminarlo con la mirada o reírse de él.
-¿Te
gusta el decorado, Nott? – Malfoy le estampó un pedazo de pergamino en el
pecho.
Theodore
leyó el pergamino, sus ojos se agrandaron de la sorpresa. Su mirada recorrió la
sala común, había más pergaminos pegados en las paredes, algunos tirados en el
suelo y otros tantos en las manos de los demás alumnos.
El
slytherin vio directamente a los ojos del rubio, quien no dejaba de sonreír
altivamente.
-Te
lo advertí.
El
castaño retrocedió lentamente hasta llegar a la salida, dejando caer en el
trayecto el pergamino que recitaba; “Theodore Nott, el chico pianista”, había
una fotografía de él al lado del profesor Flitwick, revelando así que el
muchacho era quien escribía las
canciones del coro.
Theodore
corrió al único lugar que podría darle consuelo. El cuarto de piano. Ya no era
tan secreto pero mantenía la esperanza que al menos ese día el karma no hiciera
de las suyas y lo dejara estar solo.
Y así
lo encontró.
En
cuanto estuvo dentro dio un grito de impotencia, dio una patada a la pared
cercana, después un puñetazo. Recargó su frente en la pared mientras un
profundo dolor invadía su ser. Nunca se había sentido de esa manera. Un enorme
hueco en el estómago hacía presión junto con el gigantesco nudo en su pecho.
Ambos presionaban y dolía. ¡Por Salazar que dolía!
Se
giró, recargando su espalda en la pared, se deslizó lentamente hasta quedar
sentado. Hundió su cara en sus brazos mientras éstos descansaban en sus
rodillas. No supo exactamente en qué momento había comenzado a llorar. Solo
sabía que toda esa situación le superaba y dolía. Dolía como nunca había dolido
algo en su vida.
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