Eduarpunzel
EDUARPUNZEL
-¡Shst!
– Eduardo movió las manos de un lado a otro haciendo lo posible para que la
pequeña pelirroja no completara aquella frase.
-No
sé por qué te alborotas, no es para tanto – Lily Pérez se cruzó de brazos,
cerrando los ojos de una manera majestuosa – no dije nada del otro mundo.
-Pero
es mi secreto – gruñó el rubio, fulminándola con la mirada.
-El
que estés enamorado de mi hermana no es ningún secreto, Eduardo. Salvo para la
misma Alondra.
El
aludido enrojeció violentamente, todos sus esfuerzos de no hacer decir esas
palabras a la pelirroja fueron en vano.
-No
tenías que gritarlo – arrastró las palabras.
-¡Tardas
demasiado! – Se quejó – hace dos horas que te tengo aquí sentando y no me has
dicho nada. Comenzarán a creer que la que te gusta soy yo y no mi hermana.
-Podrías
dejar de repetirlo, gracias.
-Vamos,
Eduardo. ¿Qué es lo que necesitas? – la voz de Lily cambió drásticamente – ¿un
empujoncito?, ¿ayuda para escribir una carta?, ¿una Cupido?
-No…
bueno… – el chico se retorció las manos – me podrías, tú sabes, Alondra… emh…
yo…
-Necesitas
más ayuda de lo que esperaba – la pelirroja negó con la cabeza, clara señal de
sentir pena por el rubio.
-¿Lo
harás?, ¿me ayudarás? – preguntó esperanzado.
-Absolutamente,
pero tendrás que hacer algo por mí también.
-Por
supuesto, lo que sea – inmediatamente se arrepintió de sus palabras, pero si
con ese favor lograba hacer que Alondra le diera el tan esperado SI, haría lo
que fuera.
Lily
sonreía maliciosamente.
*****
Tres
días después…
-Cuando
me pediste un favor, creí que hablabas de deberes – Eduardo estaba sentado
frente a un espejo.
-¿Deberes?,
¿en serio? Nah. Lo pensé muy bien y
esto es lo que me urgía más – confesó la pelirroja.
Eduardo
la fulminó con la mirada a través del espejo. Lily le sonrió abiertamente.
-El
rosa te sentará de maravilla – la pelirroja le mostró el pintalabios.
-¿Qué?
Eduardo
se levantó rápidamente.
-Una
cosa es que acepte salir en tu obra que están organizando y otra a que me deje
maquillar.
-Lalo, las princesas deben estar bellas
para sus príncipes.
-¿Y
por qué demonios no fui el príncipe? – se quejó, alejándose lo posible de la
muchacha.
-Ese
papel ya está cubierto.
-Mi
vida correrá peligro si mi padre me llega a ver vestido de esta manera –
musitó, observando el largo y entallado vestido rosa que traía puesto.
-Creo
que la que correrá peligro será la de él… por el ataque al corazón que sufrirá
al verte vestido de esa manera – Lily rompió en carcajadas.
-No
es gracioso.
-Cierto,
lo siento – la pelirroja se puso seria… lo más seria que pudo.
Eduardo
suspiró largamente, dejándose pintar, si después de todo eso no se ganaba a Alondra,
tendría que tomar medidas extremas.
Después
de varios toques y retoques, Lily pudo terminar de caracterizar al rubio.
-¡Estás
lindísima, Rapunzel! – Le sonrió abiertamente – O debería decir… Eduarpunzel.
El
rubio enarcó una ceja. La muchacha amplió su sonrisa.
-¿Dices
que haciendo esto me ayudará con Alondra?
-¡Por
supuesto! Alondra verá que me has ayudado. Ganarás muchos puntos con ella.
-No
solo ganaré puntos – musitó, apesadumbrado.
-Es
mejor que dejes la mala vibra desde ahora – reprendió – No echarás a perder MI
obra con tu mal genio.
El
rubio se conformó con fulminarla con la mirada.
*****
Una
hora más tarde comenzó el ensayo general. Eduardo se encontraba en lo alto de
la torre, caminando de un lado a otro y maldiciendo a los cuatro vientos lo
ingrata que era Lily.
-¡Ensayo
general! Es el maldito ensayo general – gruñó, sin detener su caminata – no era
necesario vestirme de esta manera – pateó una silla.
-¡Eduarpunzel! ¡Deja caer tu cabello! – la
voz de la pelirroja no hizo más que empeorar su mal humor.
-¡No
me llames así! – ladró, asomándose por la ventana.
-¡Que
femenina! – ironizó la chica.
-¿Qué
quieres?
-Comenzaremos
con el ensayo en tres minutos, recuerda tus líneas – le recomendó – debes
actuar como lo harás el día de la obra.
-¿Algo
más?
Lily
le envió una mirada que el rubio no pudo interpretar.
-Para
tener dieciséis años te comportas como uno de cien – se burló.
-Mi
paciencia se agota, Pérez – expresó.
-Cuando
termine el ensayo me lo agradecerás – le guiñó un ojo.
-¡¿Eso
qué quiere decir?!
-¡Comencemos!
– la pelirroja se hizo la desentendida.
Eduardo
gruñó. Era la primera vez que ensayaba con todo el elenco, ni siquiera sabía
quién interpretaría el supuesto príncipe. Todos los diálogos de éste, Lily los
ensayaba con él.
-¡Rapunzel,
deja caer tu cabello! – llamó una voz bastante conocida para el rubio, se
acercó a la ventana.
El
que le hacía del príncipe traía puesto un enorme sombrero con una pluma al lado
que le cubría por completo el rostro.
-Eres
tú… ¿mi príncipe amado? – el rubio se sintió extraño al pronunciar las
palabras, aun así supo fingir una voz de mujer… o lo más que pudo fingir.
-¡Soy
yo, mi hermosa damisela! – exclamó el otro, aún con el rostro cubierto por la
pluma. Eduardo sospechó que el otro tampoco podía verlo, después de todo, la
peluca que traía puesta le cubría también parte de su cara - ¡Deja caer tu
cabello amada mía!
-¡Un
segundo, mi amado caballero! – Eduardo se sintió idiota al pronunciar tales
palabras, como nota mental se prometió ir a asesinar a Lily después del ensayo
general.
El
rubio tomó el resto de la peluca y la lanzó por la ventana.
-¡Gracias,
mi amada princesa! ¡En un segundo estaré a tu lado!
-Eso
quiero verlo – musitó entre dientes el rubio. Trabó muy bien la peluca en un
gancho para que el príncipe pudiera
subir fácilmente hasta su lado. Eduardo alzó una ceja, el muchacho era bueno
escalando, sobre todo cuando el enorme sombrero le ocultaba gran parte de su
vista.
-¡Ya
casi… llego… amada… mía! – el muchacho siguió escalando.
En
cuanto llegó al marco de la ventana se sentó.
-He
aquí a vuestros pies – hizo una reverencia con la cabeza, quitándose el enorme sombrero.
Alzó su mirada, dejando a la vista unos hermosos ojos verdes.
-¡¿Alondra?!
– Eduardo agrandó los ojos.
La
muchacha borró la sonrisa inmediatamente.
-Eduardo,
¿qué haces aquí?
-Soy
Eduarpunzel… emh… ¡Rapunzel! – se
corrigió rápidamente, sonrojado.
A Alondra
le pareció adorable. Sus ojos azules resaltaban por la peluca rubia… ¿o era el
maquillaje? como sea, Eduardo se veía realmente adorable.
-Yo
soy tu príncipe – musitó Alondra, rosándole la mejilla con la yema de sus
dedos.
-¡Alondra!
– se quejó el rubio.
-Emh,
es decir, hago el papel de Flin… Bin… algo así – se sacudió la cabeza para
salir del aturdimiento – Mi hermana no me dijo que tú serías Eduarpunzel… emh, Rapunzel.
-Ya
somos dos – musitó.
-¡Lily!
– gritaron al unísono, no hubo respuesta.
-¿Dónde
están todos? – Alondra se extrañó, no era normal que el escenario de pronto
estuviera solo.
-Genial
– gruñó.
Eduardo
se adentró en la torre. Los nervios volvieron a invadirlo, el estar a solas con
Alondra y vestido de esa manera no ayudaba mucho a la causa.
-Salgamos
de aquí – urgió, encaminándose hacia la salida.
-Espera
– lo detuvo, sosteniéndolo del brazo.
Eduardo
se giró, quedando demasiado cerca de la chica. Parpadeó, nervioso. Alondra lo
observó detenidamente, se remojó sus labios con la lengua.
-No…
no hagas eso – gimió el rubio.
-¿Hacer,
qué? – Alondra le quitó lentamente la peluca.
-No
tengo idea – musitó, atontado por la mirada penetrante de la muchacha.
-Hay
algo que debo decirte – confesó Alondra.
Eduardo
podía ver las diminutas pecas que rodeaban su nariz.
-Sí,
tú también me gustas…
Alondra
agrandó los ojos.
-¿Qué?
– solo entonces el chico se dio cuenta de lo recién dicho.
-Emh…
quise decir… yo… emh…
A la
muchacha esa acción se le antojó adorable, para terminar con el bochorno del
rubio, lo silenció con un beso.
-Así
está mejor – le sonrió. Eduardo estaba paralizado. ¿Alondra acababa de hacer lo
que él creía que había hecho?
-Me…
me… besaste…
-Ya
estoy preocupada – confesó - ¿Qué te ha hecho mi hermana en toda esta semana?
El
rubio sacudió la cabeza.
-Lo
siento, estoy sorprendido y nervioso – expresó – cuando lo estoy suelo
tartamudear o hablar demasiado y no hay poder humano que pueda hacerme c…
Un
segundo beso lo silenció.
-Eso
también funciona – sonrió, sonrojado.
-Es
el encanto Pérez – Alondra alzó las cejas en son de coquetería.
Eduardo
sonrió.
-Entonces…
¿tú…?
-También
me gustas – confesó, sintiendo su corazón latir demasiado rápido.
-¡Tortolos!
– la voz de Lily los hizo conectarse con la realidad, se asomaron por la
ventana. Al lado de la muchacha estaba Juan, sonriendo - ¿ya son novios?
-¡Lily!
– gritaron al unísono.
-Vamos,
chicos, no me hagan perder mi domingo – pidió el mayor de los Pérez. Los
aludidos intercambiaron miradas.
-Le
aposté a Juan que Eduardo le pediría a Alondra que fueran novios.
-Y
yo que Alondra sería la de la iniciativa – completó el mayor.
Alondra
y Eduardo se miraron entre ellos.
-Sí,
ya lo somos – respondió el ojiverde.
-¿Y
quién fue el de la iniciativa?
-Eso
será nuestro secreto – Eduardo sonrió, cerrando la ventana.
-¡No
se vale! – se quejó la pelirroja.
-Tú
también tienes un secreto, pequeña mentirosa – gruñó Juan.
-Sí
– sonrió complacida – no les hará daño la verdad.
-Por
supuesto. Si se enteran que en realidad la apuesta consistía en Eduardo con
vestido, aquí mismo te asesinarían –
explicó el mayor.
-Eso
me recuerda que me debes diez dólares – sonrió con picardía.
-Hiciste
trampa – gruñó, pagándole – además, apostamos pesos no dólares.
-En
la guerra, en el amor… y en las apuestas todo se vale, hermano mayor – contó el
dinero – todo se vale.
FIN
Agosto
2019
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