martes, 13 de diciembre de 2011

Capitulo Seis: Pánico

El muchacho de ojos tristes



Capitulo Seis: Pánico


[Teddy]

Hoy inicio el último año de la secundaria, sinceramente no espero mucho, el año pasado no me fue muy bien que digamos y dudo mucho que este año sea mejor que el anterior. Llámenme pesimista pero, dos años en esta ‘jungla’ han sido terribles, sumándole, que año y medio de esos dos, viviendo junto a Spencer pues…
Sí, ‘Jungla’ porque no tengo ningún amigo o aliado con el cual protegerme y encima un bravucón que ha estado tras de mi desde el día que accidentalmente ocupé su lugar en la clase de Literatura, un profesor al cual le caigo mal (y para mi mala suerte tengo aún clases con él) y el Psicólogo Escolar que no me deja abandonar la terapia.
En fin… las horas pasan lo más lentas posibles, lo único divertido es cuando suena la campana anunciando el final de alguna clase, así que, por fin tengo algo qué hacer, pero no sé si sea un consuelo, pues al caminar por los pasillos los otros chicos se me quedan viendo como si fuera un bicho raro, pero ya me acostumbre a eso, lo han estado haciendo desde el día en que Spencer me dio una bofetada frente a la clase de Natación y me obligó a meterme a la piscina y segundos después  fui rescatado por mi profesor, pues no pude nadar.
Entro al salón donde me van a impartir la última clase, casi no hay alumnos, así que puedo escoger libremente una banca.

El Sr. Turner, era una persona de avanzada edad, le calculo unos 60 años, y aquí entre nos, creo que está un poco ‘chocho’ de su cabeza, pues nadie en su sano juicio le gustan las matemáticas y menos el algebra, lo cual él enseña. Ocurrió a principios del segundo año, estaba en un aula como esta y sentado más o menos en esta misma ubicación, acababa de llegar y había comenzado a sacar mis libros y cuaderno. Tenía que portarme bien, se lo había prometido a Spencer… pero sobre todo a mí mismo, pues mi tutor ya me había castigado (sí, nuevamente) con una semana sin cenar, el motivo, ya ni lo recuerdo. Pero sí sé que ese día me había mandado a la escuela sin desayunar y sin lonche.
Tenía un hambre terrible, de hecho aún me sorprende el cómo no se percataron mis compañeros de ello, pues mi estomago rugía con un ‘león enojado’. El Sr. Turner a lo lejos hablaba sobre el Teorema de Pitágoras o algo así, no lo sé, solo recuerdo que ansiaba por que sonara la campana y salir al receso, aunque de nada serviría porque no traía lonche, ni mucho menos dinero para comprar algo.
En mi cuaderno, los apuntes que hacía eran dibujos de diversos platillos de comida. Mientras más dibujaba, más hambre me daba, eso era seguro. “Comida” recuerdo que pensaba una y otra vez, hasta que alguien se puso a un lado de mi.
-¿Se divierte dibujando Sr. Lemus? – era la voz de mi profesor, yo entorné los ojos asustado.
-¡Profesor! Yo…
-Castigado después de clases Sr. Lemus – había dicho el profesor.
-¡NO! – sí, grité aterrado, pues castigado no solo equivaldría en la escuela, también era en casa. Una semana sin cenar era terrible, dos… simplemente no podría.
-¿Qué dijo Sr. Lemus? – Se volteó enojado el profesor y no quise decir nada, no me expondría a más de un día de castigo – eso creí - De pronto el hambre se me había quitado.
Spencer iría por mí a la hora de la salida y se enteraría del castigo y él se aseguraría de darme el otro llegando a casa. El resto de la clase pasó muy rápido para mi gusto. Sonó la campana y todos comenzaron a salir, excepto el profesor.
-Sr. Turner – le llamé.
-No levantaré el castigo – me dijo con semblante impasible.
-¿Y si le hago todos los ejercicios que me deje? – Negó con la cabeza – o… o hago todo el libro – volvió a negar – y si me hace un…
-¡Basta! Está castigado y punto. ¡Más le vale irse de una vez, antes de decirle que estará castigado toda la semana! – ni siquiera me reparé a pensarlo, corrí hasta el patio, donde nuevamente el hambre me invadió.

-Estás sentado en mi lugar – me dijo alguien sacándome de mis pensamientos.
-¿Qué? – dejé salir algo abrumado.
-Me oíste bien – gruñó una voz conocida. Levanto la mirada y vi a un chico corpulento, de unos treinta centímetros más alto que yo sin duda alguna, y más fuerte. Era mi bravucón personal.
-Emh… lo siento – me iba a levantar para darle el lugar, no quiero problemas. Suficiente fue la última vez que me golpeó.
-Buenas tardes, jóvenes – saluda el profesor ¿Turner? ¿Por qué él? ¿Qué más podía pasarme este día? – Sr. Sanders, siéntese no tengo todo el día – le dijo el profesor a Frank, mostrándole una banca que estaba hasta el frente.
Frank se dirigió hasta allá, no sin antes mandarme una mirada de odio, esa que siempre me dedica con mucho ‘cariño’. Definitivamente, la secundaria no es lo mío.

Faltaban cinco minutos para la hora de la salida y yo por primera vez, ese día, no quería que se acabaran las clases. Pero lo inevitable pasó, sonó la campana y muy a mi pesar me dirigí al aula de castigo. Ese día estaba cansado, tenía un dolor terrible de cabeza, estaba asustado por la reacción de Spencer y aún mi estomago me reclamaba comida, la cual dudaba mucho que tendría por un tiempo.
Para mi sorpresa, ese día el que había ido por mí a la hora de la salida había sido Konny, muy pocas veces lo hacía y esas eran cuando Spencer se iba a los viajes de negocios. Esos días nos la pasábamos en la ‘Gloria’ hacíamos lo que queríamos, pues nuestros castigos se ‘levantaban’ mientras él no estaba.

Ahora que lo pienso ¿Cómo castigaba Spencer a mi hermano? Es decir, nunca le escuché decir a Konny que alguna vez Spencer lo castigó sin alguna comida o con encerrarlo en el sótano. El tutor solo se molestaba con decir: ‘A tu habitación, ¡ahora!’ Y mi hermano temblaba como yo lo hacía cuando a mi me castigaba.
El Sr. Turner comenzó con la clase, es mejor no distraerme, no quiero ser castigado. Mi hermano no lo hace, aunque a veces lo insinúe,  pero tampoco quiero tentarlo, ni mucho menos quiero que se enoje conmigo.

En cuanto vi a Konny en la puerta de la entrada, comencé a reírme como loco… literalmente. Me dio un ataque de risa, estaba feliz porque Spencer no había ido por mí, contento porque seguramente comería como nunca en cuanto llegara a la casa y esa noche ¡no dormiría en el sótano! Reí sin parar hasta estar a su lado.
-¿Estás bien? – recuerdo que me preguntó preocupado, pues en algún momento mi risa había pasado a llanto.
-¡Sí! – le contesté abrazándolo con efusividad.
-¡Muy bien, pues vámonos a comer! – había dicho mi hermano, seguro porque escuchó mi estomago rugir o quizás no, pero, qué más daba, ese día estaba feliz y no me detuve a analizarlo.   
  
La campana suena sacándome de mi ensimismamiento, así que, me levanto lo más rápido que puedo y me dirijo a la salida, seguramente Konny estará por llegar, suele ser muy puntual… aunque creo que me he equivocado, él no ha llegado aún.
Me quedo parado a un lado de un árbol, donde puedo apreciar muy bien la entrada del estacionamiento y así darme cuenta a la hora que llegue. Bien, ya pasaron cinco minutos y mi hermano no llega, algo no está bien. Comienzo a preocuparme ¿le habrá pasado algo? Espero que no.
Siento una mano en mi hombro, seguro que es…
No puede ser, ¿Qué demonios hace él aquí?
-Hola, Teddy – me saluda Spencer con esa sonrisa idiota, aunque en estos momentos seguramente mi cara luce igual. Me he paralizado por completo – ¿me has extrañado? – me pregunta, mientras que con su mano me aprieta más mi hombro.
Yo quiero gritar, pero por mi boca no sale sonido alguno, quiero correr, pero por alguna extraña razón mis pies no me responden.
-Teddy… Teddy… Teddy… - me llama, mientras retira su mano de mi hombro y yo comienzo a sudar frío – te has estado portando muy mal – me dice, mientras siento que le falta el aire a mis pulmones. Pero aún así, no sé cómo, muevo mi cabeza negativamente.
-Claro que sí, tu declaración en mi contra con el juez, no me agradó mucho… - me dice dando un paso más hacia conmigo.
Solo en esos momentos me percato que mis pies tienen movilidad y sin detenerme a preguntarme el por qué, comienzo a correr como despavorido por todo el estacionamiento. Siento los pasos de Spencer atrás de mi y corro más rápido (si es posible) y justo en esos momentos reconozco el coche de mi hermano entrar al estacionamiento.
Sonrío jadeante, pero no dejo de correr, Konny aún no me ha visto, pues la entrada esta algo retirada. Sigo corriendo en dirección hacia el coche. Por todos los cielos ¡¿hasta dónde piensa estacionarse?! Parece que llevo siglos corriendo y Spencer hace lo mismo atrás de mí.  
-¡Detente maldito mocoso! – escucho que me grita y eso me aterra.
Corro y corro, como nunca había corrido, hasta llegar al lugar donde Konny se ha estacionado. Lo veo bajarse del coche.
-¡Konny! – le grito llamando su atención, pero no espero a que me responda, simplemente me abrazo a él.
-¿Qué…? ¿Teddy?
Comienza a preguntarme cosas, no lo sé, quiero decirle que Spencer está aquí, pero la carrera me ha dejado sin aliento, lo comienzo a empujar hacia el coche para que ya nos vayamos de ahí, pero él pone resistencia, me da igual, yo lo empujo, mientras él me vuelve hacer preguntas, lo ignoro. Spencer puede llegar y…
-¡Ted! – me llama y me despego de él rápidamente. Me llamó ¿Ted? Parpadeo nervioso, solo me dice así cuando se enoja conmigo – Ey… ¿Qué ocurre? – me pregunta más tranquilo y yo saco el aire que hasta ese momento, ni idea tenía, que lo retenía.
-Vámonos… - No sé si lo pensé o se lo dije en realidad, solo sé que Spencer anda por ahí. 
Konny me observa detenidamente, pero después anuncia un ‘Vámonos’ y eso me alivia, me doy la vuelta entro al auto desde la puerta del conductor, pues me da miedo que en lo que doy la vuelta, Spencer llegue y me atrape. Me paso al asiento del copiloto y… ¿Por qué demonios Konny no entra? Después de lo que a mí me parecen siglos, entra. Me abalanzo sobre él y rápidamente le cierro la puerta poniéndole seguro, luego me pongo el cinturón.
Sé que ha de pensar qué me he vuelto loco, pero no quiero que le haga algo malo Spencer y a mí tampoco. Pone en marcha el motor y salimos de ahí, pero aún así, no dejo de ver por el espejo si ese señor nos sigue. Con forme avanzamos, me voy sintiendo mejor y más porque nadie nos viene siguiendo.
Y por fin llegamos a la casa, bajamos del coche y solo entonces me doy cuenta que Konny trae unas vendas en la cabeza.
-Konny… - le dije asustado, mientras le señalaba sus vendas y después… oscuridad.

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