Escrito Libre
Esas cosas de ti.
Quizás el piano tuvo la culpa, tal vez la persona que lo trajo al colegio, a lo mejor el que incluyó la clase de música, o mi madre por empeñarse a que tomara clases de piano, posiblemente el que inventó el aparato, o ¿el que taló el árbol?
No lo sé.
Solo sé que el piano en un momento fue mi refugio y después mi tormento.
Aún recuerdo aquel día que te conocí, iba tarde a clases y ahí estabas tú a medio pasillo, el chico más popular del colegio, el chico más codiciado por todos, el más guapo (de acuerdo a lo que había escuchado en los pasillos).
Si todo el colegio te tenía en la mira y nadie dejaba de verte al pasar ¿Por qué yo no te vi?
Solo sé que por estar pensado en el futuro castigo caí, literalmente, encima de ti.
Quizás si no hubiera estado practicando por horas con el piano en aquella aula no se me hubiera hecho tarde y por consecuencia no habría corrido como despavorida por todos los pasillos y no hubiera chocado y caído encima de ti.
¿Por qué me caí precisamente en ti? Si no lo hubiera hecho yo…
No me habría perdido en tus ojos cuando amablemente ofreciste tu ayuda para levantarme. Dos meses después, jamás hubiera aceptado una cita contigo. Tres meses más tarde, nunca te hubiera dado mi primer beso. Después de cuatro meses, no me hubiera hecho tu novia. Ni mucho menos hubiera creído tus mentiras durante un año. Tampoco me hubiera entregado a ti en nuestro primer aniversario. Y también, no estaría sufriendo como lo hago ahora, a tan solo cinco minutos del adiós.
¿Pero qué más podía hacer? Ya estaba escrito en algún extraño y retorcido lugar que tenía que conocerte y aprender lo que fuera que tenía que aprender… pero, era necesario ¿tanto dolor? Tal vez solo así yo podría responder a tu pregunta con toda firmeza al decir: Lo estaré… lejos de ti.
Un año juntos, todo una vida, un ciclo… el cual debo cerrar para seguir adelante.
¿Qué si te odio?
No, nunca podría odiarte, al menos no una parte de ti.
¿Qué si te olvidaré?
Algún día, sin embargo siempre habrá algo qué recordar de ti, por ejemplo…
Tu mirada
Tus ojos. Eso fue lo primero que vi.
Yo corría, tenía que correr o de lo contrario llegaría tarde a clases y no solo eso, también un buen castigo. Corrí como despavorida por todo el largo pasillo para después dar la vuelta a otro pasillo más largo y al fin llegar al aula.
Choqué. A pesar de ser muy observadora. No te vi. Solo sentí el impacto y caí encima de ti y vi tus ojos.
Esos ojos color azul, tan azul como el mar. Esos ojos que llamaron mi atención, esos que siempre han transmitido seguridad, confianza… amor. Todo. Sí, adoro tus ojos, esos iris que reflejan un mar profundo que prometen amar, envolverte.
Sí, a tus ojos cualquiera los amaría, yo lo hago. Más sin embargo; siempre odiaré tu mirada.
Esa mirada que en ese instante me enviaste fue la que me atrapó como un halcón hace con su presa. Esa mirada que muchas veces me la has enviado y muchas más te he visto lanzarlas a los demás, aún cuando estabas conmigo, justo a mi lado.
Sí, definitivamente siempre me fascinaran tus ojos, aunque siempre odiaré tu mirada.
Tu sonrisa
Tu boca fue lo segundo que vi.
Estaba confundida por cómo habían acabado las cosas, segundos atrás estaba corriendo, segundos después estaba encima de ti.
Después de haberme perdido en esa mirada azulada, tu boca me llamó la atención.
-¿Estás bien?
Me preguntaste de manera desconcertante.
No lo sé, yo solo miraba esa boca, que tras ella escondía una dentadura perfecta y una lengua experta en el arte del beso.
Esa boca, que con movimientos exactos podía ser atractiva al mostrar esa sonrisa. Sonrisa que, aclaro, siempre odiaré.
Sí, odio tu sonrisa, esa sonrisa que me hizo sentir muchas cosas, muchas sensaciones. Esa sonrisa que no solo me enviabas, que no solo era reservada para mí. Esa sonrisa que era conocida por todos, dirigida para todos y era para todos, y todos la recibían con gusto, porque sabían que también era dirigida para ellos.
Tal vez, siempre me gustará tu boca, sin embargo siempre detestaré tu sonrisa.
Tus besos
Tus labios, tercera cosa que anhelé de ti.
-Sí…
Respondí a aquella pregunta, pero siempre estuve atenta a esos labios, que tiempo después tuve el privilegio de probar.
Siempre adoré el sabor de tus labios, tan cálidos, tan dulces… tan traicioneros. No obstante, siempre aborreceré tus besos, esos besos que siempre compartiste con muchas más, esos besos que nunca tuvieron un dueño fijo, esos besos que todos las chicas del colegio tuvieron la fortuna de probar, robar y volver a probar.
Me creía afortunada por tenerte como novio y me sentí la más estúpida al verte repartirlos como saludos con quien se te cruzara. Tú siempre tan solícito a las necesidades de los demás, siempre tan acomedido por dar amor a pesar de saber que me harías daño, pero no te importó, siempre te importaste tú y nada más.
Pueda que siempre adore el sabor de tus labios, no obstante siempre aborreceré tus besos.
El "Te amo"
Tu voz siempre me fascinó, desde el momento que me preguntaste ese “¿Estás bien?”, esa misma pregunta que ahora me planteas, solo con la diferencia que ha transcurrido un año desde ese entonces.
Esa voz que siempre me lograba tranquilizar, esa que siempre me prometía que todo saldría bien, esa que en cada palabra siempre había mentiras. Mentiras que ingenuamente creí.
Pero aún así, siempre amaré los Te amo que me dedicabas y siempre odiaré los Te amo que regalaste.
¿Que si estoy bien?
No lo sé.
Dímelo tú, que anoche estabas con una de esas tantas que le brindaste tu mirada, una de tantas que le enviaste tu sonrisa, una de todas aquellas que le diste tus tantos besos, y una de esas a la que le dijiste te amo mientras te entregabas a ella en aquel esplendido piano, dicho piano que amaba tanto como a ti.
¿Que si estoy bien?
Supongo que sí.
-Estaré bien… lejos de ti.
Fue mi simple respuesta ante tu cara de ingenuidad. Me di la vuelta con una sonrisa de satisfacción en mi rostro.
No necesito más de tu hueca mirada, de tu estúpida sonrisa, de tus besos superficiales, ni de tu vacio Te amo, para ser feliz.
Mayo 2011
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