martes, 7 de mayo de 2019

Capitulo I. “Me pasan cosas”

Nostalgia



Capitulo I. “Me pasan cosas”


Solo basta un momento, un parpadeo, un descuido para que tu vida cambie en un instante. Eso lo he aprendido a la mala. Mi madre, tan joven, tan bella y tan amorosa… un instante bastó para perder todo eso cuando se interpuso entre el automóvil que iba directo hacia mí y ocasionara su muerte instantánea. Un parpadeo y mi padre ya no estaba frente a mí si no yéndose al lado de otra persona, abandonándome con mis abuelos porque simplemente no pudo perdonarme el hecho que por mi culpa mi madre haya muerto. Un segundo de vacilación me costó para estar encerrado en el correccional de menores. Solo un día bastó para aceptar que estaba enamorado de ella.
Sucedió en el instituto. Tenía diecisiete años. Fue en una tarde de noviembre, era domingo y podíamos salir a donde quisiéramos (si contábamos con el permiso de los padres, en mi caso, de mis abuelos). No me uní a la salida de mis amigos. Estaba bastante cansado de escuchar las conversaciones triviales de Raúl, siempre hablando de Pamela. Que un día sí la quería y al otro día la odiaba. También estaba harto del repentino interés de Daniela hacia mí. Su presencia era peor que la lepra. Que no sé cómo sería eso, pero supongo que es algo horrible.
Necesitaba estar a solas, reflexionar en lo que haría de mi futuro. En un año sería mayor de edad, también entraría a la universidad. Fui al único lugar en donde me sentía realmente tranquilo y libre. El parque abandonado. Estaba a unas cuantas cuadras del instituto. Un tiempo atrás era muy popular, familias venían a pasar su tiempo libre, pero un incidente un año atrás hizo que todo el atractivo del parque se esfumara. Ya nadie venía. O casi nadie…
No me sorprendió encontrar a Jazmín López, suele visitar este lugar. Por alguna extraña –y a mi parecer, retorcida– razón le encantaba estar frente a ese lago, alimentando a los patos. A los cuales, según tenía entendido, les temía.
-Hola, Ismael – me saludó – bienvenido.
Tomó un poco más del alimento que traía en una bolsa y lo arrojó hacia el lago, sin siquiera molestarse en girar para comprobar que, efectivamente, era yo quien había llegado hasta su lado. Había algo en ella que me desconcertaba y no era precisamente su mirada distraída, sus pies descalzos (¡Porqué demonios estaba descalza!), sus aretes de piña o su conversación que siempre incluía una leyenda urbana.
Por una milésima de segundo me olvidé a qué iba a ese lugar y eso bastó para caer en desgracia. Tal vez exagero, pero así lo siento ahora mismo.
-¿Por qué lo haces? – pregunté.
En verdad quería saberlo, ¿Por qué esa actitud masoquista hacia esas criaturas que le causan pavor? ¿Por qué el caminar descalza? ¿Por qué esos aretes de piña?
Ella  me envió su mirada distraída, era la primera vez que me veía –y a la vez no– directamente. Con un par de pasos ya estaba a un palmo de mí. “Muévete” me dije una y otra vez –no toleraba el contacto físico en ese entonces– y aun así, no me moví. Tal vez fueron sus ojos azules, quizás las diminutas pecas que adornaban sus mejillas, probablemente esa sonrisa ladeada. No lo sé. Ella me dio un suave apretón en mi mano derecha, solo tardó un segundo en hacer esa acción. Segundo en el cual mi corazón latió más rápido de lo necesario, en mi estómago hubo una lucha de pirañas (o esa fue me impresión), sentí un calorcito desconocido en mis mejillas, incluso me sentí mareado.
-¿Y por qué no? – respondió.
Se giró y volvió a alimentar a los patos.
Y ahí me quedé, parado como un idiota, incluso minutos después que ella se fuera. No pude quitarme esa mirada azulada de la mente. Ese día hubo algo que no supe explicarme, algo que me cambió, que me hizo sentir diferente, no ser yo mismo. Y detestaba no ser yo mismo.
Los días siguientes fueron los más horribles de mi vida. Me pasaban cosas que no comprendía, ella estaba en todo lo que pensaba, soñé despierto con su mirada. En una ocasión, ella venía caminando con su mirada distraída hacia mi dirección y entré en pánico. Me metí en el aula más cercana para evitarla. Esa acción me costó una detención con el profesor Vargas, todo por haberme negado a salir y así encontrarme con… ella.
Me sentí frustrado, nada tenía sentido. Anterior a ese incidente podía andar como si nada pero ahora con solo verla me sentía asustado, temeroso, huía literalmente de ella. Evitaba estar cerca de esa mirada azulada porque no quería sentirme como lo hice ese día, y aun así, me sentía igual o peor… por no mirarla.
Al parque abandonado dejé de ir, ese lugar estaba maldito. ¡Fue el causante de todo!
-… a Jazmín… - mi cerebro se conectó a la realidad al escuchar a Raúl.
-¡No! – Daniela rompió a carcajadas - ¿Victor y Jazmín? Entonces, ¿son novios o algo así?
-¡¿Qué?! – grité. Todas las miradas se posaron en mí, me sentí extraño, fingí demencia y así lentamente las miradas de mis amigos dejaron de verme.
-Pamela está de testigo – Raúl siguió con la conversación.
-Entonces, Victor y Jazmín irán juntos al baile de fin de año, wow.
Gruñí.
Mi odio hacia él aumentó. No solo bastó con traicionarme ese día. La razón por la que el parque fue cerrado fue porque un par de idiotas fueron a experimentar con fuegos pirotécnicos. La situación se puso fea y el parque terminó incendiado. Ese par de idiotas fuimos Victor y yo. La idea original fue de él. Un minuto le bastó para convencerme que sería “genial” probar el producto que recién le habían regalado por navidad. Ese chistecito nos costó tres meses de servicio social y un antecedente en la correccional de menores.
Estúpido, Victor.
No solo bastó embarrarme en su estupidez, sino que ahora invita a Jazmín al baile, seguramente quiere que le envíe esa mirada distraída tal como lo hizo conmigo.
-¿Estás bien, Ismael? – parpadeé un par de veces, Pamela se encontraba frente a mí, ninguna señal de los demás.
-¿Sabes? Si no te conociera diría que al fin sucedió eso.
-¿Eso? – fruncí el ceño.
Ella sonrió y se fue dejándome más confundido.
Fui el último en salir de la cafetería, con las manos en los bolsillos, pensando en lo que podría significar “eso”, que según Pamela, ya me había sucedido. No tardé mucho en descifrarlo, solo bastó un segundo de distracción para chocar con alguien… y no cualquier alguien. Era ella.
Estaba frente a mí, con su mirada distraída, con las mismas pecas, con sus aretes de piña, con los mismos pies descalzos - ¿mismos pies descalzos? Estoy grave – ahí estaba ella.
-Lo siento – sonrió con pecas en sus mejillas.   
Me quedé mudo, me faltó la respiración y aun así, mi corazón palpitó rápidamente, las pirañas volvieron por el segundo raund. Ella ya se había ido y seguí ahí de pie, como idiota, nuevamente.
Jamás me detuve a pensar en estar enamorado. Hasta ese entonces, había tenido solo un par de besos con Daniela y fue porque ella me lo pidió. Y solo eso. No me había interesado nadie. Hasta ese momento. Cuando me topé con su mirada azulada, con sus diminutas pecas, con sus pies descalzos, con su sonrisa. Entonces lo comprendí, supe qué era lo que me ocurría. Ella era la culpable, ella era la responsable de lo que me ocurría.
Ella me disparó sin piedad con su flecha enamorada[1].



[1] Referencia a la canción de chiquitas “Mi chica adorada”.



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