Nostalgia
Capitulo I. “Me pasan
cosas”
Solo
basta un momento, un parpadeo, un descuido para que tu vida cambie en un
instante. Eso lo he aprendido a la mala. Mi madre, tan joven, tan bella y tan
amorosa… un instante bastó para perder todo eso cuando se interpuso entre el
automóvil que iba directo hacia mí y ocasionara su muerte instantánea. Un
parpadeo y mi padre ya no estaba frente a mí si no yéndose al lado de otra
persona, abandonándome con mis abuelos porque simplemente no pudo perdonarme el
hecho que por mi culpa mi madre haya muerto. Un segundo de vacilación me costó
para estar encerrado en el correccional de menores. Solo un día bastó para
aceptar que estaba enamorado de ella.
Sucedió
en el instituto. Tenía diecisiete años. Fue en una tarde de noviembre, era domingo
y podíamos salir a donde quisiéramos (si contábamos con el permiso de los
padres, en mi caso, de mis abuelos). No me uní a la salida de mis amigos.
Estaba bastante cansado de escuchar las conversaciones triviales de Raúl,
siempre hablando de Pamela. Que un día sí la quería y al otro día la odiaba.
También estaba harto del repentino interés de Daniela hacia mí. Su presencia
era peor que la lepra. Que no sé cómo
sería eso, pero supongo que es algo horrible.
Necesitaba
estar a solas, reflexionar en lo que haría de mi futuro. En un año sería mayor
de edad, también entraría a la universidad. Fui al único lugar en donde me
sentía realmente tranquilo y libre. El parque abandonado. Estaba a unas cuantas
cuadras del instituto. Un tiempo atrás era muy popular, familias venían a pasar
su tiempo libre, pero un incidente un año atrás hizo que todo el atractivo del
parque se esfumara. Ya nadie venía. O casi nadie…
No
me sorprendió encontrar a Jazmín López, suele visitar este lugar. Por alguna
extraña –y a mi parecer, retorcida– razón le encantaba estar frente a ese lago,
alimentando a los patos. A los cuales, según tenía entendido, les temía.
-Hola,
Ismael – me saludó – bienvenido.
Tomó
un poco más del alimento que traía en una bolsa y lo arrojó hacia el lago, sin
siquiera molestarse en girar para comprobar que, efectivamente, era yo quien
había llegado hasta su lado. Había algo en ella que me desconcertaba y no era precisamente
su mirada distraída, sus pies descalzos (¡Porqué demonios estaba descalza!),
sus aretes de piña o su conversación
que siempre incluía una leyenda urbana.
Por
una milésima de segundo me olvidé a qué iba a ese lugar y eso bastó para caer
en desgracia. Tal vez exagero, pero así lo siento ahora mismo.
-¿Por
qué lo haces? – pregunté.
En
verdad quería saberlo, ¿Por qué esa actitud masoquista hacia esas criaturas que
le causan pavor? ¿Por qué el caminar descalza? ¿Por qué esos aretes de piña?
Ella
me envió su mirada distraída, era la
primera vez que me veía –y a la vez no– directamente. Con un par de pasos ya
estaba a un palmo de mí. “Muévete” me
dije una y otra vez –no toleraba el contacto físico en ese entonces– y aun así,
no me moví. Tal vez fueron sus ojos azules, quizás las diminutas pecas que
adornaban sus mejillas, probablemente esa sonrisa ladeada. No lo sé. Ella me
dio un suave apretón en mi mano derecha, solo tardó un segundo en hacer esa
acción. Segundo en el cual mi corazón latió más rápido de lo necesario, en mi
estómago hubo una lucha de pirañas (o esa fue me impresión), sentí un calorcito
desconocido en mis mejillas, incluso me sentí mareado.
-¿Y
por qué no? – respondió.
Se
giró y volvió a alimentar a los patos.
Y
ahí me quedé, parado como un idiota, incluso minutos después que ella se fuera.
No pude quitarme esa mirada azulada de la mente. Ese día hubo algo que no supe
explicarme, algo que me cambió, que me hizo sentir diferente, no ser yo mismo.
Y detestaba no ser yo mismo.
Los
días siguientes fueron los más horribles de mi vida. Me pasaban cosas que no
comprendía, ella estaba en todo lo que pensaba, soñé despierto con su mirada.
En una ocasión, ella venía caminando con su mirada distraída hacia mi dirección
y entré en pánico. Me metí en el aula más cercana para evitarla. Esa acción me
costó una detención con el profesor Vargas, todo por haberme negado a salir y
así encontrarme con… ella.
Me
sentí frustrado, nada tenía sentido. Anterior a ese incidente podía andar como
si nada pero ahora con solo verla me sentía asustado, temeroso, huía literalmente de ella. Evitaba estar
cerca de esa mirada azulada porque no quería sentirme como lo hice ese día, y
aun así, me sentía igual o peor… por no mirarla.
Al
parque abandonado dejé de ir, ese lugar estaba maldito. ¡Fue el causante de
todo!
-…
a Jazmín… - mi cerebro se conectó a la realidad al escuchar a Raúl.
-¡No!
– Daniela rompió a carcajadas - ¿Victor y Jazmín? Entonces, ¿son novios o algo
así?
-¡¿Qué?!
– grité. Todas las miradas se posaron en mí, me sentí extraño, fingí demencia y
así lentamente las miradas de mis amigos dejaron de verme.
-Pamela
está de testigo – Raúl siguió con la conversación.
-Entonces,
Victor y Jazmín irán juntos al baile de fin de año, wow.
Gruñí.
Mi
odio hacia él aumentó. No solo bastó con traicionarme ese día. La razón por la
que el parque fue cerrado fue porque un par de idiotas fueron a experimentar
con fuegos pirotécnicos. La situación se puso fea y el parque terminó
incendiado. Ese par de idiotas fuimos Victor y yo. La idea original fue de él.
Un minuto le bastó para convencerme que sería “genial” probar el producto que
recién le habían regalado por navidad. Ese chistecito nos costó tres meses de
servicio social y un antecedente en la correccional de menores.
Estúpido,
Victor.
No
solo bastó embarrarme en su estupidez, sino que ahora invita a Jazmín al baile,
seguramente quiere que le envíe esa mirada distraída tal como lo hizo conmigo.
-¿Estás
bien, Ismael? – parpadeé un par de veces, Pamela se encontraba frente a mí,
ninguna señal de los demás.
-¿Sabes?
Si no te conociera diría que al fin sucedió eso.
-¿Eso? – fruncí el ceño.
Ella
sonrió y se fue dejándome más confundido.
Fui
el último en salir de la cafetería, con las manos en los bolsillos, pensando en
lo que podría significar “eso”, que según Pamela, ya me había sucedido. No
tardé mucho en descifrarlo, solo bastó un segundo de distracción para chocar
con alguien… y no cualquier alguien. Era ella.
Estaba
frente a mí, con su mirada distraída, con las mismas pecas, con sus aretes de piña,
con los mismos pies descalzos - ¿mismos pies descalzos? Estoy grave – ahí
estaba ella.
-Lo
siento – sonrió con pecas en sus mejillas.
Me
quedé mudo, me faltó la respiración y aun así, mi corazón palpitó rápidamente, las
pirañas volvieron por el segundo raund. Ella ya se había ido y seguí ahí de
pie, como idiota, nuevamente.
Jamás
me detuve a pensar en estar enamorado. Hasta ese entonces, había tenido solo un
par de besos con Daniela y fue porque ella me lo pidió. Y solo eso. No me había
interesado nadie. Hasta ese momento. Cuando me topé con su mirada azulada, con
sus diminutas pecas, con sus pies descalzos, con su sonrisa. Entonces lo
comprendí, supe qué era lo que me ocurría. Ella era la culpable, ella era la
responsable de lo que me ocurría.
Ella
me disparó sin piedad con su flecha enamorada[1].
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