domingo, 15 de abril de 2018

Capitulo II. Mírame

SOLO UN DIA


Capitulo II. 

Mírame



Estúpido. Así me sentí cuando lo entendí todo. Lloré, patalee, hice berrinche, me di de topes contra la pared. Hice de todo y aun así el sentimiento no se fue. Ahí estaba, golpeándome en mi pecho, estrujando mi corazón, infectando mi mente, dañando mi ser. Tenía que sacarlo, olvidarlo. No podía sentirlo. No debía sentirlo. Ella era luz y yo oscuridad. Ella estaba en el bando “bueno” y yo en el “malo” –dependiendo de dónde lo miren–. No podía seguir sintiendo eso. ¿Por qué me vio de esa manera? ¿Por qué me tocó? ¿Por qué demonios fui al bosque prohibido?
Me propuse enterrar ese sentimiento y lo estaba logrando. Me salté el desayuno para no verla, me fui directamente a la clase de Pociones –afortunadamente– ella no estaba.
No sé por qué demonios el profesor Slughorn  se le ocurrió que preparáramos o que intentáramos hacer “filtro de amor”. Todo iba perfecto hasta el momento en que nos dijo que la oliéramos y escribiéramos el resultado. En cuanto el aroma entró a mis fosas nasales rápidamente a mi mente llegaron palabras como bosque, agua de mar y tuti-fruti. Una extraña combinación sin importancia para ese momento.
Como me tenía prohibido ir al bosque prohibido, literalmente, decidí despejar mi mente en un pasillo solitario. En cuanto di vuelta en la tercera esquina me detuve en seco. Ahí estaba ella –nuevamente esa serie de eventos que solo ocurren cuando ella está presente me invadieron– sin embargo, había algo distinto en ella. ¡Lloraba! ¿Por qué lloraba? ¿También sentía algo por alguien y no quería sentirlo? ¿Qué se supone tenía que hacer? ¿Ir con ella? ¡Pero tenía que alejarme lo más posible de ella!  Pegué mi frente en la pared, peleando mentalmente conmigo mismo sobre la decisión que tenía que tomar. Supongo que tardé demasiado debatiendo conmigo mismo porque tiempo después ella pasaba por mi lado.
-Adiós, Theodore – dijo.
Abrí mis ojos de manera alarmante cuando ella tocó mi brazo derecho dándole un suave e instantáneo apretón. ¿Por qué hizo eso? ¿Acaso es una nueva forma de tortura? Me deslicé por la pared y ahí me quedé sentado, pensando, más bien, torturándome. Sus ojos azules eran en lo único que podía pensar. Me fascinaban, eran tan azules como el agua del mar… espera, ¿agua del mar? ¡Oh, demonios!
Voltea”, es lo que gritaba mi interior cuando la veía de lejos, “mírame” pedía a gritos silenciosos cuando su mirada distraída se detenía en algo más que no fuera yo. Necesitaba que esa mirada azulada volviera a verme. Un mes. Hacía un mes que ella me había mirado fijamente. Treinta días desde que me había disparado sin piedad con su flecha enamorada. 720 horas que me tenía pensando en ella. Era justo que al menos me volviera a mirar, ¿cierto?
Tuve que romper mi promesa principal. Fui al bosque prohibido y ahí estaba, nuevamente, con esas horribles criaturas.
-Hola, Theodore – me saludó sin mirar. Fruncí el ceño, ¿Cómo demonio hace eso? – Arrastras los pies al caminar – aclaró mi duda.
Pasé saliva trabajosamente, me estaba metiendo a la cueva del lobo, pero era un mal necesario, tenían que verme esos ojos nuevamente.
Me detuve a su lado, mirándola fijamente, no estoy seguro cuanto tiempo estuve así, de lo que estoy seguro es que ella en ningún momento se mostró amenazada por mi insistente mirada, ni siquiera tuvo la decencia de verme de frente, concluí que ese no iba ser el día que me viera a los ojos. Lamentablemente tampoco fue el día siguiente, ni el otro, ni el que le siguió del otro.
El día terminó y ella jamás me volvió a ver a los ojos. Esa fue su malévola venganza. Ella era inteligente, por algo, el sombrero seleccionador la puso en Ravenclaw, sabía a lo que yo iba todos los días al bosque prohibido: buscar su mirada. Estaba casi seguro que ella sabía que yo sabía  que ella sabía. Me tuvo como idiota el resto del año. Todos los días sin falta ahí estábamos a la misma hora –incluso los Thestrals – ella alimentándolos y yo mirándola a ella, pidiendo internamente que me mirara nuevamente.
Con el tiempo me acostumbré a las palpitaciones, a la guerra interna de troles en mi estómago, a ese calorcito en mi pecho. A su mirada distraída –que aún no me veía– a  sus aretes de rábano, a sus pies descalzos, a su aroma a tuti-fruti… –¡oh, demonios!– a ella. Y supe que estaba perdido. Me estaba haciendo adicto a ella. Era una droga adictiva. Y yo un estúpido enamorado.
Mírame una vez más”, pedía a gritos silenciosos y ella no lo hacía. “Mujer sin corazón”, pensé varias veces y aun así, ahí estaba al día siguiente, a la misma hora, en el mismo lugar, buscando su mirada azulada.
Las vacaciones de verano fueron una tortura. Extrañé su presencia, su andar distraído, su voz…
Contaba los días que restaban para el regreso a Hogwarts, aún no sé cómo demonios logré sobrevivir sin ella. Tal vez el mantenerme ocupado ayudó mucho, durante los largos y tortuosos días planee un sinfín de estrategias para lograr hacer que ella me mirara nuevamente. Tan sumergido estuve en mis propios asuntos que no me di cuenta de lo que ocurría afuera –o a dos metros de mi habitación– la guerra se avecinaba. 
Hogwarts nunca estuvo tan desprotegido como en el séptimo curso. Snape fue el director pero los mortífagos dominaban en su mayoría y el mando sin duda lo tenía Voldemort. No.  Eso no fue lo que me deprimió. Algo ocurrió en las vacaciones de verano o tal vez fue el ataque de los mortífagos en el expreso de Hogwarts. No lo sé. Cualquiera que haya sido la causa, todo concluía en una cosa.
Ella no regresó.




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