Nostalgia
Capítulo III.
“Solo un
día”
No
fui el único que cambió ese último año. Joaquín solía estar más ausente de lo
que –alcancé a percatarme– estuvo el año pasado. Daniela pareció encontrar una
nueva obsesión – nunca me di cuenta cuándo dejó de acosarme como
psicópata–. Pero eso no importaba. Me
daba igual que el profesor Vargas se haya jubilado, que haya un nuevo director,
que haya alumnos nuevos. Nada importaba si ella no regresaba. ¿Por qué no lo
hizo?, ¿En dónde estaba ahora?, ¿Con quién? ¿Quién alimentaría a los patos?
“Solo un día” – me decía, pedía – “Solo un día, vuelve a mí solo un día”. Necesitaba su presencia para
sentirme vivo, quería envolverme en esos ojos azulados para sentirme humano,
extrañaba su mirada distraída. La extrañaba a ella. La quería a ella.
Pasaron
días, semanas, meses. Sentí pánico. Miedo de no volver a verla jamás, de no
escuchar su voz, de no sentir su suave e instantáneo apretón, de no oler su
aroma a tuti-fruti, de empaparme en su mirada. Pánico de que algo malo le
hubiera ocurrido.
Las
noches fueron demasiado silenciosas, me quedaba despierto hasta altas horas de la
madrugada solo pensando en ella. Soñando en su mirar.
“Solo un día” – volví a pedir esa noche –
“Vuelve a mí solo un día”.
Mis
ruegos fueron escuchados. No fue el encuentro que esperaba ni el que imaginé
noche tras noche. Pero sucedió y cuando no lo esperaba.
Una
bomba estalló cerca de los dormitorios.
Estábamos siendo evacuados, estúpidamente me quedé porque en un segundo
de duda fui arrastrado por Raúl al lado contrario de la evacuación con la
excusa que faltaba Joaquín entre nosotros. Si no fuera por eso, no la hubiera
visto.
Raúl
y yo nos separamos a causa de un grupito de alumnos de grados inferiores en su
desesperación de evacuar cuanto antes el instituto. Al no ubicar a Raúl fui en
su búsqueda, con suerte él habría llegado a los pasillos siguientes. En cuanto
di la vuelta me di de lleno con alguien… caí.
-¡Ismael!
Esa
voz…
Fue
como volver al principio, retroceder a ese tiempo en dónde ella me miró por
primera vez. Me ayudó a levantarme, sin despegar esos ojos azulados de los míos.
Mis
reacciones se multiplicaron al cien. Con el solo contacto de ella sentí
desfallecerme, con su mirada sentí que caminaba entre las nubes.
-Estas
a salvo – murmuré, aliviado, sin soltarle la mano. Ella me sonrió. La sonrisa
más hermosa que vi jamás.
-¡Vamos,
Jazmín! – Victor, el idiota de Victor se la llevó y yo me quedé ahí con la mano
estirada siendo testigo cómo me arrebataban a mi razón de existir.
Tal
vez me desconecté un segundo porque después de que ella desapareciera de mi
campo visual algo dio contra mí – algún policía golpeándome con su macana – y
caí inconsciente. Cuando desperté, el correccional de menores me daba la
bienvenida, nuevamente.
Un
año estuve encerrado en la en la correccional.
Tiempo que me vi envuelto en interrogatorios, juicios, despedidas y
bienvenidas a mis compañeros de celda, sin ella. Y todo porque ya
tenía antecedentes con “fuegos pirotécnicos” y porque me encontraron en el
punto donde todo se inició.
Cuando
al fin se comprobó mi inocencia, estuve libre. Me mantuve en un perfil bajo y
me dedique a olvidarla. Ella nunca sería mía. Jamás estaría a mi lado. Ella
pertenecería a alguien más. Se merecía
a alguien mejor.
Volví
a soñar con esos ojos azulados muchas veces. En momentos añoré su presencia,
llegué a sentirme melancólico cada vez que veía jazmines. Era increíble lo que
ella pudo lograr en mí con solo mirarme un par de veces. Me llegué a sentir
como un verdadero estúpido por mi comportamiento tan infantil a mis diecinueve
años. ¿Cómo era posible que la extrañara?
“¿Cómo se cura el extrañar a alguien?”
“Viendo a la persona” – la voz de ella
llegó hasta a mi mente, recordándome ese momento intimo que compartimos cuando se cumplía el 12° aniversario de la
muerte de mi madre.
“¿Y si uno nunca lo vuelve a ver?”
interrogué, viendo fijamente hacia el frente.
“El sentimiento se convierte en
recuerdo” afirmó.
Jazmín
lo sabía porque ella también pasó por algo parecido. Su madre murió cuando ella
era muy pequeña.
Esa
era mi respuesta. A Jazmín la recordaría para siempre.
Un
mes ha transcurrido desde mi salida del correccional. Un mes. Tengo la
sensación de que algo va a suceder. Sacudo la cabeza para olvidarme de ese
pensamiento. Hoy estoy más nervioso que nunca, incluso tuve la extraña
sensación que alguien me estaba siguiendo. Y segundos atrás me pareció verla en
una esquina y eso me alteró en demasía, tal vez por eso comencé a recordarla y
narrar mi patética vida de los últimos tres años. Lo extraordinario – o lo más
sorprendente de todo – es que al parecer “verla”
en esa esquina es como si volviera nuevamente a ese momento en que me miró
fijamente por primera vez.
-Estoy
enloqueciendo – murmuro. Giro a la izquierda y me detengo en seco, petrificado.
Debo
de estar más al pendiente cada vez que doy vuelta en una esquina. ¡¿Qué
demonios estoy pensando?!
¡Aquí
frente a mi está ella!
-Jazmín…
Y
ella me mira directamente con esos hermosos ojos azules.
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