lunes, 20 de mayo de 2019

Capítulo III. “Solo un día”

Nostalgia



Capítulo III. 

“Solo un día”


No fui el único que cambió ese último año. Joaquín solía estar más ausente de lo que –alcancé a percatarme– estuvo el año pasado. Daniela pareció encontrar una nueva obsesión – nunca me di cuenta cuándo dejó de acosarme como psicópata–.  Pero eso no importaba. Me daba igual que el profesor Vargas se haya jubilado, que haya un nuevo director, que haya alumnos nuevos. Nada importaba si ella no regresaba. ¿Por qué no lo hizo?, ¿En dónde estaba ahora?, ¿Con quién? ¿Quién alimentaría a los patos?
Solo un día” – me decía, pedía – “Solo un día, vuelve a mí solo un día”. Necesitaba su presencia para sentirme vivo, quería envolverme en esos ojos azulados para sentirme humano, extrañaba su mirada distraída. La extrañaba a ella. La quería a ella.
Pasaron días, semanas, meses. Sentí pánico. Miedo de no volver a verla jamás, de no escuchar su voz, de no sentir su suave e instantáneo apretón, de no oler su aroma a tuti-fruti, de empaparme en su mirada. Pánico de que algo malo le hubiera ocurrido.
Las noches fueron demasiado silenciosas, me quedaba despierto hasta altas horas de la madrugada solo pensando en ella. Soñando en su mirar.
Solo un día” – volví a pedir esa noche – “Vuelve a mí solo un día”.
Mis ruegos fueron escuchados. No fue el encuentro que esperaba ni el que imaginé noche tras noche. Pero sucedió y cuando no lo esperaba.
Una bomba estalló cerca de los dormitorios.  Estábamos siendo evacuados, estúpidamente me quedé porque en un segundo de duda fui arrastrado por Raúl al lado contrario de la evacuación con la excusa que faltaba Joaquín entre nosotros. Si no fuera por eso, no la hubiera visto.
Raúl y yo nos separamos a causa de un grupito de alumnos de grados inferiores en su desesperación de evacuar cuanto antes el instituto. Al no ubicar a Raúl fui en su búsqueda, con suerte él habría llegado a los pasillos siguientes. En cuanto di la vuelta me di de lleno con alguien… caí.
-¡Ismael!
Esa voz…
Fue como volver al principio, retroceder a ese tiempo en dónde ella me miró por primera vez. Me ayudó a levantarme, sin despegar esos ojos azulados de los míos.
Mis reacciones se multiplicaron al cien. Con el solo contacto de ella sentí desfallecerme, con su mirada sentí que caminaba entre las nubes.
-Estas a salvo – murmuré, aliviado, sin soltarle la mano. Ella me sonrió. La sonrisa más hermosa que vi jamás.
-¡Vamos, Jazmín! – Victor, el idiota de Victor se la llevó y yo me quedé ahí con la mano estirada siendo testigo cómo me arrebataban a mi razón de existir.
Tal vez me desconecté un segundo porque después de que ella desapareciera de mi campo visual algo dio contra mí – algún policía golpeándome con su macana – y caí inconsciente. Cuando desperté, el correccional de menores me daba la bienvenida, nuevamente.
Un año estuve encerrado en la en la correccional.  Tiempo que me vi envuelto en interrogatorios, juicios, despedidas y bienvenidas a mis compañeros de celda, sin ella. Y todo porque ya tenía antecedentes con “fuegos pirotécnicos” y porque me encontraron en el punto donde todo se inició. 
Cuando al fin se comprobó mi inocencia, estuve libre. Me mantuve en un perfil bajo y me dedique a olvidarla. Ella nunca sería mía. Jamás estaría a mi lado. Ella pertenecería a alguien más. Se merecía a alguien mejor.
Volví a soñar con esos ojos azulados muchas veces. En momentos añoré su presencia, llegué a sentirme melancólico cada vez que veía jazmines. Era increíble lo que ella pudo lograr en mí con solo mirarme un par de veces. Me llegué a sentir como un verdadero estúpido por mi comportamiento tan infantil a mis diecinueve años. ¿Cómo era posible que la extrañara?
“¿Cómo se cura el extrañar a alguien?”
Viendo a la persona” – la voz de ella llegó hasta a mi mente, recordándome ese momento intimo que compartimos  cuando se cumplía el 12° aniversario de la muerte de mi madre.
“¿Y si uno nunca lo vuelve a ver?” interrogué, viendo fijamente hacia el frente.
“El sentimiento se convierte en recuerdo” afirmó.
Jazmín lo sabía porque ella también pasó por algo parecido. Su madre murió cuando ella era muy pequeña.
Esa era mi respuesta. A Jazmín la recordaría para siempre.
Un mes ha transcurrido desde mi salida del correccional. Un mes. Tengo la sensación de que algo va a suceder. Sacudo la cabeza para olvidarme de ese pensamiento. Hoy estoy más nervioso que nunca, incluso tuve la extraña sensación que alguien me estaba siguiendo. Y segundos atrás me pareció verla en una esquina y eso me alteró en demasía, tal vez por eso comencé a recordarla y narrar mi patética vida de los últimos tres años. Lo extraordinario – o lo más sorprendente de todo – es que al parecer “verla” en esa esquina es como si volviera nuevamente a ese momento en que me miró fijamente por primera vez.
-Estoy enloqueciendo – murmuro. Giro a la izquierda y me detengo en seco, petrificado.
Debo de estar más al pendiente cada vez que doy vuelta en una esquina. ¡¿Qué demonios estoy pensando?!
¡Aquí frente a mi está ella!
-Jazmín…
Y ella me mira directamente con esos hermosos ojos azules.



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